sábado, 24 de mayo de 2008

Mi cuñada Becky

Mi cuñadita Becky tiene un culito delicioso, redondo y bien apretadito. Ella lo sabe y le gusta lucirlo con jeans ajustados. Tiene veintitrés años, y es una bellísima trigueña clara de figura esbelta y curvas bien redondeadas. Embarazada a los dieciocho años se casó con su novio y han tenido cinco años de altas y bajas. Mi cuñadita y yo nos llevamos bien desde que nos conocimos, hasta que un día nos comenzamos a llevar mejor.
Una tarde Becky, su hija y mi esposa Susana volvieron del centro comercial. Mi mujer se había comprado una blusa nueva y ansiosa por presumírmela se fue a la recámara seguida de la niña dejándonos solos a Becky y a mi.
—Lo malo de ser pobre, yo no me pude comprar nada —dijo Becky—. Pero ésta playera, aunque viejita aún se me ve bien, ¿no crees?
—De maravilla —le contesté mirándola de pies a cabeza y bromeando en serio agregué—. Aunque personalmente me gusta más como se te ven los jeans.
—¡Hey! Más respeto —protestó dándome un manazo en el brazo—. Le voy a decir a Susy que andas viendo lo que no debes.
Pero cuando Susana y la niña regresaron a la sala Becky no dijo ni una palabra.
A partir de entonces, y siempre a espaldas de mi mujer, mi cuñadita comenzó a hacer comentarios sobre su ropa, su imagen y su preciosa anatomía a los que yo respondía con comentarios cada vez más provocativos. Susana solía decir que Becky le tenía un poco de envidia, así que decidí explotar eso para acercarme más a mi cuñada.
Hubo tres situaciones que se dieron y que recuerdo especialmente. La primera ocurrió un día que pasé a dejarle un dinero que le íbamos a prestar mi mujer y yo. Mi cuñadita me recibió con un top rosa que dejaba la vista las pequitas de sus pechos y unos shortcitos de mezclilla que le moldeaban su espléndido trasero. Yo puse una cara de gusto que ella notó de inmediato.
—Disculpa que me halles hecha una facha, pero yo en mi casa no me arreglo.
—Tú siempre te ves lindísima, cuñadita.
—¿Eso crees?
—De hecho Susana se pone ropa como esa para andar en la casa, pero no se ve ni la mitad de bien que tú.
—Lo que pasa es que ha subido de peso y se ve más gordita.
—Pues yo voy a recordarte así como éstas.
—¿Ah, sí? ¿Y para que te sirve la cámara del celular? —me preguntó maliciosamente.
De inmediato saqué mi teléfono celular. Becky me dejó que le sacara unas fotos, incluso adoptó una postura de modelo para un par.
—Nada más procura que Susy no las vea o nos mata a los dos —me previno.
La segunda fue una tarde que llegó a la casa mientras yo lavaba la camioneta y Susana trapeaba la cochera. Becky se ofreció a regar las plantas y las flores de las macetas que mi esposa tiene. Al inclinarse, sus pantaletas rosas se asomaron por la cintura de los jeans. Mi mujer le llamó dos veces la atención. Al ir Susana al baño Becky me dijo:
—¿Y a ti no te molesta que se me vea la ropa interior?
—Para nada. De hecho me pregunto si hace juego con el brassiere.
Becky sonrió, miró a la puerta y metiéndose los dedos por el escote de la blusa me mostró un tirante azul cielo.
—Bonita combinación —le dije y soltó la risotada.
Y la tercera ocurrió cuando invitamos a ella y su marido al teatro. Becky llamó para confirmar y yo le dije que iría con la condición de que se pusiera la blusita rosa y los jeans blancos que tan bien le quedaban, que se peinara con cola de caballo y no usara ropa interior. Ella me tachó de loco degenerado.
La noche de la obra mi cuñadita me dejó boquiabierto al usar la ropa que yo particularmente le había pedido. Y aprovechando un momento de distracción de su marido y de mi esposa me dijo en voz baja:
—Espero que estés satisfecho. Te cumplí tooodo tu caprichito.
Aquello me mantuvo en tal estado de excitación que apenas salimos del teatro hice que mi esposa me la mamara mientras yo conducía. Esa noche también fue memorable para mi mujer. Apenas llegamos a la casa le desgarré las ropas y poniéndola en cuatro patas sobre la alfombra se la embutí por detrás. La hice feliz gozándole sus nalgas y ampliándole su ano en nuestra cama matrimonial.
Una tarde organizaron una comida para celebrar el cumpleaños de mi suegra. La reunión fue animada y se extendió hasta la medianoche. El marido de mi cuñada bebió demasiado y mi esposa me pidió que los llevara a su casa. En el trayecto Becky se quejó de su marido y yo avivé la llama al mencionarle la tele de pantalla plana que Susana le había regalado a su mamá. Al llegar, el alcoholizado esposo de Becky subió por las escaleras más por instinto que por otra cosa mientras mi cuñada llevaba a la niña a su recámara.
Cuando mi cuñadita bajó me agradeció y me invitó un tequila para el camino. Se dirigió a la cocina y yo la seguí. Mientras me servía la contemplé con deseo. Me dio el vaso y bebí casi todo de un trago.
—Eres muy linda, cuñadita.
—Ya lo sé —respondió con vanidad—. ¿Y que opinas? ¿Cómo me veo con estos andrajos?
Traía puesta una blusa roja entallada y una faldita azul que le llegaba a la mitad de los muslos. Los zapatos azulados de tacón la ayudaban a realzar su esbelta apariencia.
—Muy sexy. Pero claro, te verías mucho mejor encueradita.
—No sabrías que hacer conmigo.
—Créeme que sí.
—Palabras. Puras palabras — dijo con actitud retadora.
Puse el vaso sobre la mesa. Me le acerqué, y abrazándola por la cintura la besé en los suaves labios delicados. Ella intentó zafarse pero no la dejé.
—¿Estás loco?
—Me gustas mucho, cuñadita.
—Suéltame. Una cosa son las bromas inocentes que hacemos y otra muy distinta esto.
Metí las manos bajo su falda y le manoseé las ricas nalguitas.
—Por favor… suéltame. No quiero hacerlo.
—Esto va pasar, cuñadita. Lo quieras o no —y seguí besándola y palpándole la grupita.
Becky forcejeó en mis brazos, pero la mantuve sujeta.
—Vete… te lo suplico…
Entonces la solté. Ella retrocedió sonrojada y con la respiración muy agitada.
—Quítate la blusa.
Becky me miró confundida, sin saber que hacer.
—Quítatela.
Se quedó quieta algunos segundos. Luego, inclinó la cabeza y comenzó a desabotonarse la blusa. Sus pecosos senos níveos aparecieron contenidos por un encantador brassiere negro. Sus cabellos trigueños con rayitos claros le caían sobre la cara cuando puso la prenda sobre las parrillas de la estufa.
—Quítate las pantaletas.
Sumisamente se metió las manos bajo la falda y deslizó la ropa interior por sus piernas bien torneadas. La tomé de su mano y la sentí húmeda en la entrepierna. La olí antes de colocarlas sobre el mueble de la alacena, entre una barra de pan integral, un tazón con fresas y una caja de cereal.
Me le acerqué de nuevo y ella dio un paso atrás quedando de espaldas contra el refrigerador. Apreté mi cuerpo contra el suyo y le comí la boquita mientras le agasajaba los tiernos pechos por encima del brassiere. Me fui deslizando hacia abajo hasta quedar en cuclillas.
—Eres un desgraciado.
—Ya lo sé —le contesté mientras le separaba las rodillas.
Acaricié sus cálidos muslos bajo la falda y después los fui lamiendo. Al llegar a su concha la hallé mojada y henchida. Le metí un dedo y exploré su caliente interior. Al pasarla mi lengua por su rajadita ella se apoyo en mis hombros para no caerse. Moviendo mi lengua contra su clítoris le metí otro dedo. Mi cuñadita empezó a gemir igualito que mi esposa cuando está por llegar al clímax. Le clavé los dedos en las primorosas nalgas y aceleré mis movimientos. Lamí con fuerza hasta que sentí su cuerpo estremecerse de placer orgásmico.
Se dejo caer al piso jadeando vivamente.
—Cabrón —me dijo al apartarse los cabellos que le caían sobre la cara.
La besé en los labios haciéndola probar sus jugos íntimos que me habían bañado el rostro.
—¿Te gustó? —le pregunté.
—¿Cómo es que hacer algo tan malo se siente tan bien? —dijo mientras veía como mi dedo contaba las pecas de sus senos.
—El placer de lo prohibido.
La tomé de la mano y la ayudé a levantarse. La conduje al comedor.
—¿Qué haces? —me preguntó.
—Nada.
Nos besamos con una apabullante lujuria.
—Susana te está esperando —dijo mientras le quitaba el brassiere.
—Mi mujer y el mundo se pueden ir al carajo.
Jugué con sus pechos llenos, estiré y retorcí sus aguijoneadas aureolas. Deposité ligeros besos en sus pequitas doradas.
Luego, la doblé sobre la mesa de madera del comedor y levantándole el vestido recorrí con mis dedos la firme carne de sus apetecibles nalgas. Soplé en su entreabierta rajita. Fui besando aquella maravillosa cola de suave piel blanca, paladeando su sabor, gozando de tenerla la alcance de mi boca. Las lamí en toda su espléndida circunferencia. Las mordisqueé a placer mientras ella me veía por encima del hombro con expresión de deleite. Con creciente frenesí las manoseé, las apreté y las estrujé con violencia entre mis dedos. Acabé por arrancarle la falda que cayó al piso junto al corpiño.
Hundí mi cabeza en la zona inferior de sus nalguitas y comencé a devorarle la azucarada concha empapada en líquidos vaginales. Metiendo la mano derecha entre sus muslos le froté el clítoris con el índice y el pulgar intensa y persistentemente. Mi cuñadita abrió más las piernas y se reclinó completamente sobre la mesa. Mi lengua cruzaba toda su rajita, llegando incluso a los bordes del orificio anal. Sus gemidos se profundizaron y llegó a otro orgasmo que la sacudió con fuerza.
Me saqué la ropa sin apartar mi vista de su culo lascivo. Del borde de la mesa goteaban los líquidos de nuestro encuentro.
Apunte a su enardecida rajita y la penetré de un empujón. Su cavidad ofreció resistencia pero finalmente se la ensanché toda y sus nalguitas divinas quedaron comprimidas contra mi bajo vientre. Se la saqué y le di otro empujón. Mi cuñadita saltó y emitió un hondo gimoteo.
—Así… dame…dame… —susurró enardecida.
La agarré por la cintura y le cumplí el gusto jodiéndola con fuerza. Aporreando una y otra vez su rotundo trasero.
—Jodeme, cabrón, jodeme… —y fue soltando serie una de palabrotas y obscenidades que jamás pensé que se supiera.
La agarré por los cabellos, y dándoles un jalón la obligue a levantar la cabeza.
—¿Tú mamá nunca te lavó la boquita con jabón, cuñadita?
Y con furor le azoté sus bellas nalgas. Becky respingó y levantando las posaderas continuó soltando vulgaridad y media. Mi cuñadita mantuvo el orgulloso culo por todo lo alto mientras yo la nalgueaba sin dejar de joderla.
Sus quejidos se hicieron más fuertes y se cubrió la boca para ahogarlos. Pero los ruidos de mi vientre contra su traserito y las nalgadas sonaban con claridad. No me importó que alguien nos escuchara, sólo me interesaba la posesión de sus tentadoras nalgas. Su fino culo enrojecido y adolorido rebotaba una y otra vez. Mi dedo rozó los pliegues de de su orificio anal. Presioné un poco y su cuerpo enfebrecido comenzó a temblar. Su concha se contrajo en implacables espasmos apretándome el miembro. Al llegar al explosivo clímax Becky se vino violentamente y yo acabé dentro de ella.
Luego, tomó una actitud ceñuda y me pidió con voz entrecortada que me fuera. Y me fui, feliz de haber cosechado el delicioso culito de mi cuñadita.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Me comio el carnicero

Esto ocurrió el año pasado y de entonces me he convertido en una verdadera puta. Fue en febrero del año pasado. Resulta que en mi barrio todos los días al mediodía voy a la carnicería de José, un señor de 50 años aproximadamente, el siempre quiso atenderme, siempre se apuro para atender a los otros clientes para atenderme a mí, siempre supe y me daba cuenta como me miraba, el se fijaba en mis tetas y en mi cola. Creo que yo tuve un poco la culpa de que me pasara esto porque como somos todas las mujeres sin dejar a ninguna afuera y por mas que digan algunas que no pero es la verdad, nos gusta que nos miren el culo o las tetas porque quiere decir que todavía estamos fuertes aunque sea para que nos cojan. Cuando me di cuenta de que José me miraba empecé a ponerme los vestidos un poco más cortos y más escotados, no para que pasara nada sino para calentar al viejito. Un día él comenzó a decirme cosas que al principio no me caían bien, como hola que tal, que suerte que tiene su marido por tener una mujer como usted. Al principio no me gustaba y después me acostumbre. Un día el no me miro mas como antes, claro llego una chica más joven que yo al barrio. Me dio bronca.Entonces comencé a vestirme más provocativa me puse una pollerita casi diría yo que faltaba poco para ser mini. Me compre porta ligas con medias color negras y una bombachita bien diminuta que se me metía toda en el culo. Tal es así que mi marido (en esa epoca) me dijo un día, que ahora usas mini se te ve todo si salís así a la calle te van a cojer en cualquier momento. Yo le respondí que como decía semejante cosa pero me gusto lo que me dijo. Al otro día fui a la carnicería bien pintada y con todo puesto. Creo que se me fue la mano porque en mi afán de que se fijara nuevamente en mi, yo me agache demasiado para ver un producto en el mostrador vidriera y pude sentir el aire en mi orto. Cuando me di vuelta, media carnicería me estaba mirando el culo. Tuve vergüenza pero después se me paso, cuando estaba por salir de la carnicería él me dijo- que hermosa que esta hoy, creo que un día de estos le pongo los cuernos a su marido me lo dijo en joda y me gusto. Así paso el tiempo y un día se me hizo tarde porque le estaba preparando la comida a mi marido que viajaba y tuve que ir a la carnicería tarde cuando llegue justo estaba bajando las persianas y le grite si me podía atender, me hizo seña que sí, abrió la puertita chica de la persiana pase y la cerró con llave. Me atendió entre charla y bromas y me dijo que le gustaría tener algo mas conmigo, yo le respondí que no podía ser porque era casada y él me miro diciéndome que lo que vos estas buscando es que te cojan, sin dejar que yo le dijera que no dio la vuelta me agarro de los hombros y me arrincono contra el mostrador. Yo forcejeaba para zafar pero el tenia mas fuerza que yo y comenzó a besarme por el cuello mientras me decía te voy a romper ese hermoso culo que tenes. Luego saco su pija que cuando la vi me quería morir, nunca había visto algo tan grande. Me levanto la pollera me empezó a frotar con su pija por las piernas mientras me besaba las tetas, después de un rato yo me había calentado y se me mojo la bombacha que el se dio cuenta y me dijo;-a si que estas caliente ?, enseguida me levanto en brazos y me tiro arriba de un mostrador me corrió la bombacha con la mano y me la metió de un solo empujón, vi las estrellas comenzó a bombearme con tanta fuerza que me parecía que me la sacaría por la garganta. Yo comencé a gemir muy fuerte porque me estaba volviendo loca de placer con su pija, nunca me habían cogido así. Luego me desespere cuando me dio vueltas boca abajo con las piernas en el suelo porque presentí que me la metería por el culo y me asusto. Ya que nunca lo habia hecho por atrás y comencé a pedirle que no lo haga, pero el no me escucho y dijo;-te dije que te rompería el culo, enseguida salivo su enorme pija, me la apoyo en el culo y comenzó a empujar, pude sentir como se abría paso casi como rompiéndome toda empecé a gritar desesperada porque me dolía mucho creo que el tipo ni me saco la bombacha me la enterró con bombacha y todo, estaba muy desesperado por poseerme comenzó a bombearme y sentía como me metía esa pija hasta el fondo mientras yo seguía gritando. Luego de un rato me dio vuelta me puso las piernas en su hombro y me la metió por la concha y de vez en cuando alternaba con el orto ya roto por él. Me tubo como media hora así hasta que me lleno el culo de leche pude sentir como el semen caliente ingresaba en mi culo llenándome por completo, luego me bajo de la mesa y se limpio la pija con mi boca me la hizo chupar bien hasta que no quedara nada de leche en su pija. Luego me dijo que siempre me había tenido ganas y que esto algún día pasaría. Yo quede temblando no podía ni pararme de la cogida que me había dado, pero no se que me paso, me acerque a el, lo bese metiendole la lengua y luego me fui a mi casa. Hoy en día sigo llegando tarde a la carnicería para que me coja, que bien que cojee, por lo menos lo hago una vez a la semana.